domingo, 14 de diciembre de 2014

Fracking: La venganza del Tío Sam



La venganza tardó mucho tiempo en llegar, cerca de cuatro décadas. Pero al fin está llegando. Sin embargo, es menester ver primero de qué se trata todo este asunto para poder entender la magnitud de lo que está sucediendo. Como eventualmente se verá, las repercusiones pueden ser enormes, capaces de cambiar el curso de la Historia mundial.

La saga comienza en la década de los setentas. El petróleo era abundante y barato. Y el principal consumidor de recursos energéticos derivados del petróleo era Estados Unidos. Eran épocas de prosperidad, eran épocas de abundancia. Eran épocas en las que el nivel de vida en los Estados Unidos era muy superior al de los demás países del globo terráqueo. Parecía que las mejoras continuas debidas en gran parte a los indiscutibles avances tecnológicos que se estaban llevando a cabo en los Estados Unidos no tendrían fin, y se había acuñado una frase, the revolution of rising expectations, que resumía la certeza de que la sociedad norteamericana podía esperar vivir cada año mejor que el año anterior.

Sin embargo, las cosas demasiado buenas no duran mucho tiempo, y la jauja pronto llegaría a su fin. Y llegó a su fin en 1973 a resultas del embargo petrolero árabe impuesto por el Rey Faisal de Arabia Saudita aliado con otros países árabes exportadores de petróleo en contra de los Estados Unidos como castigo por el apoyo norteamericano dado a Israel en la guerra de Yom Kippur.

Al cerrar el grifo el Rey Faisal y reducirle severamente al imperio norteamericano su flujo de petróleo, el efecto fue parecido al de un drogadicto al cual de repente se le suspende su suministro de droga. De pronto, la gasolina empezó a escasear en Estados Unidos, se empezaron a imponer restricciones y cuotas en la venta de gasolina, y se implementó un racionamiento en las estaciones de gasolina como no se había visto desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Tras el golpe propinado a la economía norteamericana por el embargo petrolero, y quedando expuesto el enorme e incontrolable apetito de Estados Unidos por petróleo importado del exterior, vino un segundo golpe con la consolidación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que impuso unilateralmente un aumento significativo en los precios del petróleo fijando rudamente a los Estados Unidos los nuevos precios elevados a los cuales el Tío Sam tendría que comprar el petróleo, y los países productores de petróleo se regodearon a sabiendas de que al mayor consumidor de petróleo del planeta no le quedaba más remedio que comprar el petróleo no de acuerdo a las leyes de la oferta y la demanda, sino al precio al cual los países miembros de la OPEP le quisieran vender el petróleo. En cuestión de meses, Estados Unidos entró en lo que sería una severa recesión económica.

De este modo, el coloso quedó humillado, postrado de rodillas. Su dependencia energética resultó ser su talón de Aquiles. Y no tenía ninguna otra alternativa de acción, estaba por completo a merced de sus proveedores de petróleo.

A resultas del embargo petrolero árabe, el gobierno norteamericano adoptó como máxima prioridad el reducir su dependencia energética de recursos importados del exterior, lo cual requería necesariamente que Estados Unidos desarrollara sus propias fuentes de energía para poder obtener su independencia energética. Pero esto se antojaba difícil, porque el país no tenía ni en sueños las enormes reservas de petróleo disponible a flor de tierra como las que hay en los países árabes de Medio Oriente. La única alternativa disponible era el tratar de desarrollar nuevas fuentes de energía recurriendo al indiscutible liderazgo tecnológico de los Estados Unidos. Estaba la opción de construír centrales nucleares para la generación de energía eléctrica prescindiendo por completo del uso de combustóleos, pero los accidentes ocurridos en Chernobyl y en Three Mile Island así como las enormes dificultades en deshacerse en forma segura de los desechos radioactivos pusieron un candado a la construcción masiva de nuevas centrales nucleares. Se llegó a la creación del Solar Energy Research Institute (SERI) para generar energía a partir nuestra principal fuente de energía cósmica, el Sol, expandiendo sus áreas de investigación para buscar otras fuentes alternas de energía con las cuales se pudiera prescindir del petróleo árabe. Pero la tecnología disponible en aquél entonces no estaba a la altura de las enormes necesidades energéticas del coloso, y en el mejor de los casos y con inversiones enormes en laboratorios de investigación y desarrollo la energía solar no podía suplir ni siquiera el cinco por ciento del consumo anual de energía en los Estados Unidos. La desesperación por obtener la tan ansiada independencia energética inclusive llevó al gobierno norteamericano a financiar la construcción de enormes reactores de fusión nuclear Tokamak basados en los mismos principios teóricos que hacen posible la generación casi ilimitada de energía en las estrellas, pero esto no se pudo concretar en alguna realidad comercial al estar las posibilidades tecnológicas de tal proyecto más allá de lo que podía lograr la ciencia en la década de los setentas. Estados Unidos parecía estar atrapado, a perpetuidad, con su indispensable consumo glotón anual de millones de barriles de petróleo aparejado a los caprichos de sus proveedores que, como el Rey Faisal, no eran muy confiables.

Los altos precios a los cuales el petróleo estaba siendo vendido a los Estados Unidos trajeron consigo una bonanza económica a los países productores. En México, el boom petrolero produjo tantas entradas de dólares que el presidente José López Portillo anunció pomposamente al poco tiempo de haber iniciado su mandato sexenal la frase “tenemos que aprender a administrar la abundancia”, dando por hecho de que los dólares que antes se quedaban en los Estados Unidos para subsidiar la buena vida tendrían que estar saliendo forzosamente de las arcas norteamericanas para una redistribución de la riqueza mediante la cual los países exportadores de petróleo reclamarían una buena parte de esa jauja arrebatada de los norteamericanos a causa de su tremenda dependencia energética. Bajo la convicción de que el petróleo es un recurso natural no-renovable, y de que Estados Unidos estaba atrapado en un callejón sin salida y tendría que seguir comprando petróleo extranjero a los precios que le impusiera la OPEP, los bancos internacionales le otorgaron préstamos gigantescos al gobierno de México, los banqueros creían que esos préstamos estaban plenamente garantizados en el caso de México dados los altos precios del petróleo, así como las reservas petrolíferas de México que en la propaganda oficial se anunciaban como enormes. Fue así como José López Portillo empezó a hipotecar a México con la banca extranjera dando por hecho de los precios internacionales del crudo solo podían subir y nunca bajar. Desafortunadamente, esa enorme fortuna monetaria en dólares que estuvo entrando a México cortesía del embargo petrolero árabe así como de los precios artificialmente altos impuestos por la OPEP, en vez de ser guardada y usada juiciosamente, fue despilfarrada a manos llenas en proyectos faraónicos e inútiles emprendidos por el frívolo, corrupto, inepto y derrochador presidente López Portillo, lo cual a la larga traería consecuencias catastróficas.

En los Estados Unidos, la prioridad oficial de independizar al país de su terrible dependencia petrolera se mantuvo, aunque las mejoras a corto plazo que llegaron se obtuvieron no merced a un programa como el proyecto Manhattan financiado y administrado por el gobierno norteamericano, sino a los mecanismos invisibles puestos en marcha por el sistema capitalista del mercado libre. Por principio de cuentas, las empresas fabricantes de automóviles, en respuesta a las demandas de los consumidores de vehículos automotores con el menor consumo posible de gasolina, empezaron a fabricar automóviles cada vez más pequeños y más compactos que podían consumir hasta la mitad de la gasolina que consumían los vehículos grandes del pasado, de modo tal que si antes un vehículo para transportar a una familia consumía 30 galones para efectuar un recorrido los nuevos vehículos consumían apenas 15 galones, lo cual en el transcurso de un año representaba un ahorro significativo. El reinado de los grandes automóviles como el Ford LTD II que usaba motores pesados de ocho cilindros llegaba a su fin. En el reemplazo de automóviles grandes despilfarradores de gasolina por automóviles pequeños más ahorrativos, las empresas japonesas tomaron el liderazgo y empezaron a acaparar el mercado de los automóviles pequeños y compactos. Cabe agregar que los fabricantes norteamericanos tardaron en responder a la nueva realidad al perder su clientela tradicional que empezó a migrar a los carros japoneses, lo cual trajo un declive que inclusive llevó a empresas como Chrysler a requerir los servicios de un genio como Lee Iacocca y puso a la larga a General Motors al borde de la quiebra requiriendo un rescate gubernamental multimillonario con cargo al erario público.

Por otro lado, además de la gran transición de la época de los automóviles grandes a los automóviles eficientes en energía que redujo en algo la gigantesca dependencia de los Estados Unidos en el petróleo importado, ocurrió algo completamente inesperado, el descubrimiento de las enormes reservas petrolíferas del Mar del Norte del cual se saca el petróleo Brent. Había, desde luego, un enorme reto tecnológico a vencer, el poder extraer petróleo del mar sin perder nada o casi nada de lo extraído y sin contaminar las zonas acuíferas de extracción, un reto muy distinto y mucho más difícil de resolver que la extracción tradicional de petróleo a flor de tierra. Sin embargo, los altos precios del petróleo hicieron costeable desarrollar esta tecnología de exploración y extracción petrolera en la década de los ochentas, y el Mar del Norte se convirtió de la noche a la mañana en la nueva Arabia Saudita de Europa. La tecnología de extracción de petróleo no del subsuelo terrestre sino de la plataforma marina sería adoptada tiempo después en países como México con la plataforma Cantarell y en Brasil con sus propias plataformas marítimas.

Los cambios de modo de vida en los Estados Unidos y el descubrimiento de los yacimientos del Mar del Norte fueron suficientes para aumentar la oferta de petróleo disminuyendo drásticamente los altos precios del crudo, lo cual empezó a romper el monopolio ejercido por la OPEP en la fijación artificial de los precios mundiales del petróleo. Esto trajo consecuencias profundas en México que estaba totalmente impreparado para tal suceso sin contar con suficientes reservas en dólares ahorradas en las arcas públicas para enfrentar una eventualidad de esta envergadura, desatándose una fuga de dólares al exterior de modo tal que las pérdidas se empezaron a acumular rápidamente hasta que la economía del país reventó en 1982 llegando al punto en el que el Banco de México se quedó sin dólares para poder respaldar al peso, trayendo como consecuencia una terrible devaluación del peso así como una cesación parcial en los pagos de los intereses de la deuda externa. El “crack” en México pronto se extendió hacia los países centroamericanos y sudamericanos sumiendo a América Latina en una recesión cuyos efectos se siguen resintiendo aún hasta nuestros días. Para salvar a México de un inevitable colapso financiero,  el presidente Ronald Reagan autorizó la compra anticipada de petróleo mexicano para la Reserva Petrolera Estratégica de los Estados Unidos, lo cual desde luego contribuyó a mantener los precios del petróleo debajo de los niveles artificiales fijados por la OPEP.

Independizar a Estados Unidos del cártel petrolero OPEP había sido y sigue siendo una de las prioridades del gobierno norteamericano tras el descalabro producido en su economía por el embargo petrolero árabe de 1973. Por factores fuera de su control como los que se han indicado arriba, en la década de los ochentas esto ya se estaba logrando parcialmente. Sin embargo, pese a todo lo anterior, Estados Unidos seguía siendo un importador gigantesco de petróleo, su glotonería lo seguía poniendo a merced de sus proveedores. Se le podía poner nuevamente de rodillas, se le podía humillar, se le podía estrangular económicamente, a menos de que encontrara la tan ansiada fórmula mágica para reducir su dependencia energética del exterior.

La fórmula mágica buscada por varias administraciones norteamericanas de hecho ya tenía algún tiempo de estar siendo desarrollada silenciosamente en los laboratorios de empresas privadas como la Exxon y la chevron. Era una tecnología sumamente sofisticada que sólo podía haber sido desarrollada por empresas petroleras del primer mundo con una amplia disponibilidad de recursos de ingeniería. Estamos hablando de la fracturación hidráulica, mejor conocida como fracking.

El fracking es una maravilla tecnológica que solo pudo haber sido desarrollada por el mismo país que contaba con el talento científico y tecnológico para poner un hombre en la Luna y para inventar el transistor y posteriormente las computadoras de escritorio. Sería hasta bien entrada la primera década del tercer milenio cuando el fracking le mostraría al mundo entero las cosas de las que podía ser capaz. Y hoy estamos viendo los enormes alcances de esta nueva tecnología para la extracción de gas y petróleo. Edward L. Morse, jefe de investigación de materias primas de Citi, señaló en Foreign Affairs (mayo/junio 2014) que se trata de una revolución típicamente “made in America” agregando que ningún otro país podría haberla generado porque en ningún otro “los dueños del terreno pueden ser también los propietarios de los derechos minerales”.

La revolución tecnológica se basa fundamentalmente en la extracción de gas y petróleo de formaciones de lutitas (rocas sedimentarias llamadas esquistos en España y shale en inglés) a través de una fractura hidráulica que consiste en inyectar agua, arena y químicos a presión a las rocas para extraer el hidrocarburo atrapado. El proceso se conoce desde hace mucho, pero no fue rentable hasta que el petrolero George P. Mitchell lo combinó con la perforación horizontal. El que Mitchell haya sido hijo de inmigrantes griegos pobres, y haya trabajado fuera de las gigantes petroleras, es algo también típicamente estadounidense. Las grandes petroleras, como Exxon o Pemex, concentran sus inversiones en grandes proyectos. En Estados Unidos, sin embargo, hay miles de pequeñas empresas dedicadas a buscar gas o petróleo aprovechando la propiedad individual de los derechos minerales.

No entraremos en detalles técnicos sobre el proceso del fracking. Baste con decir que es una forma novedosa y sumamente sofisticada de extraer petróleo y gas del subsuelo profundo, conocido como gas shale (o gas de lutita), en lugar del gas que se encuentra en los yacimientos terrestres tradicionales en los cuales se encuentra casi a flor de tierra.

El fracking ha producido ya un aumento importante en la producción doméstica de gas shale y petróleo en los Estados Unidos y ha traído una muy buena noticia para los consumidores: la caída continuada en los precios de la gasolina. La revolución de lutitas ha reducido en 56.8 por ciento el precio del gas natural en Estados Unidos entre 2007 y 2012 (Bureau of Labor Statistics). Los precios hoy promedian entre 3.5 y 5 dólares por mil pies cúbicos. En Europa y Asia, en contraste, se elevan a 15 dólares o más. El precio tan bajo en la Unión Americana, de hecho, ha hecho que se reduzca el número de pozos dedicados al gas para aumentar los de petróleo de lutitas. Todo esto ha traído como consecuencia una reducción acelerada en las importaciones energéticas de Estados Unidos, lo cual está preocupando a sus proveedores. En el caso de México, la caída de la paridad del peso mexicano con respecto al dólar en los últimos seis meses del 2014 está directamente ligada al aumento en la producción de energía por fracking en Estados Unidos.

El primer uso que se le puede dar al gas shale por sí solo es para la generación de la energía eléctrica. Y de hecho ya hay muchas plantas alrededor del mundo que utilizan gas en lugar de gasolina para mantener girando las turbinas que producen energía eléctrica. Pero esto es una preocupación mínima para países como Arabia Saudita y Venezuela tomando en cuenta que los mayores consumidores de gasolina son los millones de automóviles y autobuses que circulan en Norteamérica. Sobre esto, habrá quienes afirmen que una cosa es la gasolina que se usa en los automóviles, y otra cosa es el gas como el que se usa en los calefactores domésticos y las estufas. Sin embargo, con un cambio mínimo que se puede llevar a cabo en cualquier taller mecánico, un automóvil que funciona a base de gasolina puede ser convertido a un automóvil que funciona a base de gas, y de hecho muchos autobuses funcionan ya con gas en lugar de gasolina, considerado como un medio menos contaminante y más limpio que la gasolina. Si hoy mismo todos los automóviles de Estados Unidos hicieran su transición de gasolina a gas, la consecuencia inmediata sería enviar a la ruina económica a Arabia Saudita, precisamente el país que humilló y puso de rodillas al imperio norteamericano durante el embargo petrolero árabe enviándolo a la recesión económica que padeció a mediados de la década de los setentas, lo cual le daría mucho gusto a millones de norteamericanos que aún recuerdan la soberbia y la prepotencia con la cual Arabia Saudita trató despectivamente a Estados Unidos al llevarse a cabo el embargo petrolero árabe. Y enviaría también al declive económico a Venezuela, el país latinoamericano que en los tiempos de Hugo Chávez y ahora con Nicolás Maduro se ha estado burlando y carcajeando de los Estados Unidos insultándolo en prácticamente todos los foros mundiales a la vez que implementa un programa de gobierno en donde la doctrina básica es un socialismo de izquierda que ve a los Estados Unidos como enemigo a vencer (a la vez que le vende petróleo). Todo lo que está sucediendo en Venezuela gracias al fracking lo podría tomar el Tío Sam como un castigo para Venezuela, y le daría mucho gusto verlo empeorar.

Sin duda alguna, lo más preocupante para los países que antes fincaban su bienestar y su progreso en las ventas en dólares de su petróleo a los Estados Unidos es la afirmación hecha en diciembre de 2014 por Bill Colton, director de estrategia de Exxon, según el cual Estados Unidos, luego de haber sido una esponja importadora de petróleo, terminará conviertiéndose en un exportador neto de crudo a finales de esta década. Y cuando ello ocurra, el tan ansiado desquite del Tío Sam en contra de aquellos como Arabia Saudita, Venezuela, Irán y Rusia será un hecho consumado. No solo estos países no podrán obtener ya un solo dólar en ventas de petróleo a los Estados Unidos, sino que inclusive tendrán que competir directamente en contra de los Estados Unidos en la oferta de petróleo mundial.

Los países petroleros árabes, y sobre todo Arabia Saudita, el principal país productor de petróleo,, son los que tienen más que perder si Estados Unidos deja de depender de los países árabes para satisfacer sus necesidades energéticas, porque para ellos representaría el próximo fin del flujo de dólares. Es tal el pánico que se ha apoderado de los jeques árabes que, en respuesta a la amenaza que representa para ellos el fracking, y en contra de lo que dictaría el sentido común de restringir la producción de petróleo para evitar una caída en los precios de petróleo, han decidido mantener la producción de petróleo en niveles sumamente altos, con la intención deliberada de abaratar el petróleo. La estrategia que los mueve es la suposición de que si los precios del petróleo son mantenidos artificialmente bajos con una sobreproducción y sobreoferta de petróleo, el uso del fracking dejará de ser costeable, y no podrá competir con el petróleo extraído convencionalmente a flor de tierra. Esta es una de las razones por las cuales la gasolina se ha abaratado enormemente en los Estados Unidos, y de hecho algunos productores de petróleo por fracking están batallando para mantener costeables sus operaciones. Pero al disminuír las perspectivas de ingresos por las ventas de petróleo esto a su vez está impactando en forma negativa a las bolsas de valores, sobre todo las acciones de las compañías energéticas. De cualquier modo, los consumidores finales, los que le ponen gasolina a sus carros, son los ganadores de estas batallas, al tener más dinero en sus bolsillos para gastarlos en otras cosas.

Sin esperar a que llegue el final de la década, el auge del fracking ya está ocasionando otros efectos profundos en el panorama mundial cuyas consecuencias a largo plazo son francamente impredecibles. Al acercarse el final del 2014, Rusia enfrentaba ya una recesión económica profunda como resultado directo de la caída en los precios de petróleo que es a su vez un resultado directo del auge en la extracción de petróleo mediante el fracking y los desesperados así como posiblemente infructuosos esfuerzos de los árabes de evitar que el fracking los haga a un lado.

En lo que toca a Rusia, las repercusiones del uso del fracking pueden ser de hondo calado en el panorama geopolítico, tomando en cuenta que Rusia es uno de los principales proveedores a Europa de petróleo y gas natural. La anexión de Crimea ordenada por el presidente ruso Vladimir Putin y la intervención militar rusa en Ucrania no pudo ser castigada por la Comunidad Económica Europea con sanciones económicas duras precisamente por la enorme dependencia de Europa en los enormes yacimientos de petróleo y gas natural en Rusia (la invasión de Rusia llevada a cabo por Alemania en junio de 1941, más que las justificaciones dada por la doctrina del Lebensraum o espacio vital, en realidad tenía como objetivo apoderarse de estas enormes reservas de petróleo y gas natural que se consideraban indispensables para darle a Alemania el triunfo en la Segunda Guerra Mundial). ¿Qué sucedería si en Europa se descubren grandes yacimientos de gas shale, la materia prima tras la cual va el proceso del fracking? Pues en buena medida Europa se volvería independiente de Rusia. La recesión económica actual por la que atraviesa Rusia se volvería más prolongada y más profunda al dejar de percibir los miles de millones de euros que le entran anualmente como resultado de sus ventas energéticas a Europa. Tan dependiente ha sido Europa de Rusia para satisfacer sus necesidades energéticas como Rusia ha sido de Europa para mantener su economía a flote.

Las probabilidades actuales de que el fracking desplace a Rusia del panorama energético europeo está causando tanta preocupación que se está acusando a Gazprom, el gigante energético paraestatal de Rusia, de estar subsidiando campañas de sabotaje en contra del uso del fracking en Europa. Un ejemplo de ello lo tenemos cuando Vlasa Vircia, el alcalde del paupérrimo pueblo Pungesti situado al este de Rumania, creyó que se había sacado la lotería cuando el gigante energético estadounidense Chevron rentó un terreno de su propiedad para la perforación de gas shale. El encuentro pronto se convirtió en pesadilla, cuando el pueblo atrajo a activistas de todo el país que se oponen a la fracturación hidráulica. El alcalde, que apoyó abiertamente a Chevron, fue expulsado del pueblo, en lo que los activistas retrataron como una lucha de David contra Goliat entre los empobrecidos campesinos y el mundo corporativo estadounidense. “Realmente me impacté. Nunca tuvimos manifestantes aquí, y de repente estaban por todos lados”, recordó el alcalde ya de regreso a Pungesti. Apuntando a una campaña de protesta misteriosamente bien financiada y bien organizada, las autoridades rumanas dicen que la lucha a raíz del fracking en Europa de hecho sí incluye a un Goliat, pero es la compañía rusa Gazprom, y no Chevron, interesada en evitar que países dependientes del gas natural ruso desarrollen sus propios suministros de energía. Rumania depende mucho menos de la energía rusa que otros países de la región, pero una marcada expansión en la producción doméstica le permitiría exportar energía a la vecina Moldavia. Esta creencia de que Rusia alimenta las protestas, compartida por autoridades en Lituania donde Chevron también se topó con protestas, no ha sido confirmada, pero evidencia circunstancial, además de la sospecha estilo Guerra Fría. se han sumado a la alarma de la intromisión rusa. Anders Fogh Rasmussen, antes de dejar su cargo como Secretario General de la OTAN, afirmó: “Rusia, como parte de sus sofisticadas operaciones de información y desinformación, participó activamente con presuntas organizaciones no gubernamentales -organizaciones ambientales que trabajan en contra del gas shale- para mantener la dependencia en el gas importado de Rusia”. Por su parte, Iulian Ianco, presidente del comité de la industria del parlamento rumano, está convencido de que Rusia ha estado metiendo la mano en incitar la oposición a la exploración del gas de lutita, diciendo: “Está jugando un juego sucio. Tienes que darte cuenta de lo inteligentes que son sus servicios secretos”. Lo que se ha convertido en una ola de protestas contra el fracking en Europa Oriental comenzó hace tres años en Bulgaria, miembro de la Comunidad Económica Europea, pero mucho más solidario con los intereses rusos que cualquier otro miembro del bloque. Al enfrentar un aumento en las protestas callejeras por parte de activistas. el gobierno búlgaro prohibió el fracking en el 2012 y canceló una licencia de gas shale emitida previamente para Chevron. Rusia ha tenido un largo historial de acosar a los ambientalistas, y sin embargo en una postura contradictoria el presidente ruso Vladimir Putin declaró en 2013 que el fracking “presenta un enorme problema ambiental”.

El problema inmediato para Rusia es la posible pérdida de sus vecinos en Europa Oriental si logran obtener su independencia energética adoptando el uso del fracking. El problema a mediano y largo plazo, mayúsculo por cierto, es la posible pérdida del resto de Europa como cliente cautivo de la energía rusa. Para los rusos, Europa es lo mismo que para los árabes y los venezolanos lo es Estados Unidos. Y las pérdidas potenciales son enormes, estimadas en billones y billones de dólares y euros. Ambos lucharán con todo lo que puedan para mantener su control económico, Arabia Saudita malbaratando su petróleo, y Rusia financiando ambientalistas que puedan sabotear los planes de adoptar el fracking.

Para los países que han petrolizado su economía sin aprovechar la coyuntura para tratar de diversificar sus fuentes de ingresos, países como Irán, Venezuela, Rusia, Arabia Saudita e Iraq, el castigo puede ser tan duro como la experiencia mexicana de la década de los ochentas. Y nadie puede adivinar el resultado final. En el caso de Rusia, nadie quiere ver su economía reventada a causa del fracking, tomando en cuenta que es el país con la mayor cantidad de bombas atómicas del planeta después de los Estados Unidos. Del mismo modo, nadie quiere ver reventadas las economías de los países árabes moderados, tomando en cuenta los semilleros de extremismo musulmán que están a la espera de tomar las riendas del poder y el control de la región. Pero estas cosas son cosas que están fuera del control de cualquier mortal.

Al aumento considerable en la producción de petróleo y gas shale obtenido con la técnica del fracking, se suma el aumento continuado en la producción de energéticos obtenidos en Canadá de las extensas arenas de Alquitrán de Athabasca gracias a los avances tecnológicos que se han estado descubriendo para la explotación de estos vastos recursos. El petróleo, que cuatro décadas parecía un recurso natural no-renovable que estaba próximo a acabarse, parece ser ahora algo abundante en forma excesiva, lo cual es también una mala noticia para los países árabers, Rusia y Venezuela, y un motivo de burla escondida para el Tío Sam.

Sin embargo, viendo hacia atrás, y como consecuencia del descubrimiento de la técnica del fracking, la venganza del Tío Sam por la humillación a la que fue sometido en la década de los setentas podría ser un gusto de muy corta duración, y si las cosas están malas ahora, podrían volverse mucho peor. Nadie sabe lo que sucederá como consecuencia de este enorme experimento geopolítico cuyas consecuencias se antojan cada vez más extensas y profundas.

Más allá de las repercusiones que pueda traer el fracking en el curso de los acontecimientos humanos, la peor consecuencia podría ser la consecuencia ecológica. En el siglo pasado, cuando muchos creían que las reservas mundiales de petróleo se estaban acabando ya, el agotamiento del petróleo se veía con cierto optimismo porque con ello se acabaría en buena medida la producción del dióxido de carbono que está sobrecalentando a la Tierra por el efecto de invernadero además de ir disminuyendo los niveles de oxígeno disponibles en el planeta. Se creía que el fin de la era del petróleo obligaría al abandono de los vehículos particulares y a la adopción del transporte masivo así como la adopción de motocicletas o mejor aún de las bicicletas como medio de transporte Pero con la renovada producción de más y más petroleo extraído del mar, del subsuelo profundo, y ahora hasta de las rocas con el fracking, la generación del CO2 puede continuar sin freno, hasta que nos demos cuenta de que la quema de combustibles llevada a cabo a expensas del oxígeno puede dejar al planeta sin suficiente oxígeno para poder respirar así sea en forma forzada, porque para la generación de cada molécula de dióxido de carbono que se genera con la quema de combustibles petrolíferos se requieren dos átomos del oxígeno que necesitamos para respirar. Cualquiera sabe lo que le puede suceder a un individuo si se le encierra en una caja fuerte herméticamente sellada, a las pocas horas morirá por asfixia. Y las reservas disponibles del oxígeno en el planeta Tierra que requieren los seres vivientes no son infinitas. La consecuencia final de haber quemado tanto combustible petrolífero podría ocurrir mucho antes de que el calentamiento global cause sus estragos finales, y para cuando empiece a ocurrir será demasiado tarde para arrepentirse.

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